Era de noche. Para colmo, estaba mirando la película de Bergman. La muerte apareció, de un momento a otro, y se interpuso entre mí y el televisor. Ya me sentía desfallecer.
—Debes acompañarme, Francisco Constantini —dijo, con su voz cavernosa.
Yo creí vislumbrar una luz de esperanza. Y no me equivoqué.
—Perdón —me animé a decir—, ¿cómo dijo que me llamo?
Ella observó un papelito que tenía en la mano.
—Francisco Constantini —leyó.
Suspiré aliviado.
—Ah, no. Yo soy Costantini, sin “n” entre la “o” y la “s”.
Volvió a leer el papelito. Me miró, sonrojada.
—Cierto, disculpá la molestia.
—No es nada —dije—. Es un error que todos cometen.
Y se marchó, tal cual como había venido.
1 comentario:
¡Genial!,muy bueno
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