viernes, 16 de enero de 2015

FORROS LITERATOS. Parte 2: Coordinadores de talleres literarios forros

Sobre la utilidad de los talleres literarios siempre ha habido un gran debate, si sirven, si no, si no son más que grupos de terapia disfrazados de otra cosa... Una vez leí un artículo en el cual se concluía que, al menos, los talleres tienen la utilidad de proveer de una fuente de ingresos estable a muchos escritores; sabemos que es difícil vivir de la literatura. Conozco muchas personas que dictan talleres, con diferentes modalidades, y de muchos puedo asegurar que lo hacen a conciencia, tratando de sacar lo mejor de quienes concurren a sus encuentros, así que no todos los coordinadores de talleres literarios son forros. 

Por mi parte participé en dos experiencias: el Taller 7 y Máquinas y Monos, ambos virtuales, que funcionaban haciendo uso de la plataforma de grupos de Yahoo. Pero, claro, eran experiencias particulares porque, si bien siempre había un moderador, los cuentos eran comentados por todos los integrantes del taller (algunos más experimentados que otros) y quedaba luego en el autor del cuento en cuestión ver qué críticas tomaba y cuáles no para, de ser necesario, reescribir su texto. Además, estos talleres eran gratuitos y, como vimos cuando analizamos el caso de los editores forros, el dinero parecer ser lo que desvirtúa, a veces, estas experiencias. 

Yo no pagaría para aprender a escribir; una sola vez hice algo parecido (ver más abajo) pero fue más un acto de buena voluntad de mi parte que otra cosa. Leyendo y escribiendo mucho, y a conciencia, ya tenemos una buena parte del camino realizada. También es fundamental la mirada del otro, claro, pero antes con los talleres virtuales, o ahora con los amigos que leen y escriben, siempre he tenido críticos despiadados de lo que hago (empezando por mi señora, en casa). Quizás muchas personas no tengan esa suerte, y por lo tanto necesiten acudir a talleres pagos. Para ellos, entonces, veamos algunos casos de coordinadores de talleres literarios forros.



El coordinador/adulador

Simple. Este sujeto siempre va a decirte que sos bueno, que tenés pasta, que cada vez escribís mejor. Cada tanto nos advertirá sobre algún punto mal colocado, alguna coma innecesaria, pero solo para no resultar sospechoso y para que el aprendiz entienda que aún lo necesita. El coordinador/adulador nunca te dirá que tu texto es un espanto o que ya se ha escrito un millón de veces sobre lo mismo; no quiere destrozarte el corazón (el ego, bah) y que te vayas: no quiere que dejes de pagarle.

El coordinador virtual

Anda por las redes sociales, en facebook sobre todo. Si sabe que escribís y que tenés intenciones de mejorar, seguramente publicará en tu muro algo como esto:

Mi taller literario personalizado por Internet sigue abierto y no dejará de funcionar durante el verano austral. Los interesados en tomar clases de escritura creativa, resolver bloqueos, terminar trabajos inconclusos, corregir obras de narrativa ya terminadas o incluso hacer sus primeras armas en este universo fascinante, pueden escribirme a coordinadorvirtual@gmail.com para obtener más detalles.

Luego de que te contactes con él te pedirá que deposites en su cuenta el dinero y que le mandes el texto que quieras tallerear. Yo recomiendo hacer lo siguiente: primero mandá el texto, que labure (es decir, que lo lea, analice y te haga una devolución) y luego sí, pagale. Si hacés al revés, puede pasarte como a quien escribe este post: que pagués por un servicio que jamás te brindarán.

El coordinador/editor 

Este sujeto es peligrosísimo, sobre todo si además es adulador y es una editor/imprentero. Su modus operandi es el siguiente: te cobra por leer tus textos, decirte que sos el nuevo Borges, y luego te convence para que publiqués. “¿Dónde puedo publicar yo, un ignoto esritor?”, dirás vos. “Bueno”, dirá el coordinador, “yo justo tengo una editorial, y por un módico precio...”, y ya es tarde: no solo te cobró por leer tu novela, sino por editarla, un negocio redondo para él, por supuesto. 

***

En fin, solo hablo de casos que conozco. Y como dije más arriba, no todas las personas que dictan talleres son jodidas, pero hay muchas que sí, así que a estar atentos y, en todos lo casos, por favor, exijan su factura.

sábado, 10 de enero de 2015

EL GUSANO. Capítulo 7: El mendigo


La noche está calurosa, muy pesada. Parecía que en cualquier momento se largaba una lluvia torrencial, pero no. Por ese temor Carlos acudió a su refugio, el porche de un chalet céntrico que ahora funciona como estudio contable, más temprano que de costumbre. Apenas serían las diez de la noche cuando desenrolló las dos frazadas que siempre lleva consigo, y se recostó sobre ellas usando la mochila mugrosa como almohada.

Las reglas son bastante simples. La doctora le permite pasar allí la noche, siempre y cuando no llegue antes de las 22 y se marche a las 6. Y todo debe quedar tal y como lo encontró la noche anterior. Él sabe muy bien que desde las 20, a lo sumo 20.30, ya no queda nadie en el estudio, pero prefiere respetar la decisión de la doctora que le brinda hospitalidad, por así decirlo. Además, alguna vez ella lo ha visitado, sobre todo los fines de semana, muy probablemente antes o después de algún paseo, alguna cena, y nunca aparece con la manos vacías: dos porciones de pizza, una cajita feliz, un alfajor... Muy solidaria la doctora, aunque él sabe que en realidad lo controla. Una noche ventosa de invierno, después de un día peor que otros (no había comido, ni había conseguido un peso) se animó a llegar al estudio. Pero en la esquina, antes de cruzar la calle, vio el auto de la doctora que pasaba muy despacio por la puerta. Él retrocedió inmediatamente, y no pudo saber si ella miraba hacia el porche o, incluso, y aunque parecía poco probable, si lo había visto. Desde entonces, por más que el cielo se caiga a pedazos, Carlos respeta el acuerdo.

Ahora piensa, recuerda, el hambre y el calor no lo dejan dormir. Repite los nombres de sus tres hijos (dos nenas y un varón) y el de su mujer. Cómo estarán, se pregunta. Hasta hace dos años, él cruzaba la droga desde Bolivia y nada más, a eso se limitaba su parte en el negocio. No había otra cosa para ganarse el pan, al menos no para darle a una familia una vida digna. Tres hijos en tres años, eso lo había sobrepasado, sin dudas, y las changuitas de albañil no daban para tanto. Un amigo lo convenció de ir a Las Chalanas; viajarían juntos y conocería el trabajo. Cuando regresaron a Aguas blancas, no podía creer que fuera tan sencillo el tráfico. Entonces empezó, poco a poco. Se fue ganando la confianza de los jefes y cada vez cruzaba la frontera con más frecuencia. Su señora no preguntaba, no decía nada; no era necesario mientras ellos estuvieran bien. Pero un día uno de los jefes le reclamó un paquete que faltaba, le habían dicho que él lo había vendido por su cuenta. Una mentira: alguien lo usó como chivo expiatorio. La única condición para salvar su vida y la de los suyos era viajar hasta Mar del Plata llevando varios paquetes, y no volver a pisar Aguas blancas. No tuvo alternativa y esa a noche viajó, con unos pocos pesos encima, el resto se lo dejó a su mujer, a quien le prometió que cuando encontrara un lugar seguro, la llamaría para que volvieran a estar juntos.

Acá las cosas se complicaron mucho. Llegó al lugar de la entrega, una casucha en un barrio de casuchas, y golpeó la puerta. Un tipo lo hizo pasar. Cuando cruzó el umbral vio dos cadáveres en el piso. Antes que pudiera preguntar nada otro tipo lo apuntaba con una pistola. Lo revisaron. Le sacaron los paquetes con la droga, el celular, la billetera, los documentos. Varias veces le preguntaron quién era. Entendió enseguida que había tenido la mala suerte de llegar en el momento menos indicado, no lo estaban esperando a él. El más joven de los dos no paraba de reír como un loco mientras agarraba los paquetes y decía algo sobre la guita que eso representaba. Estaba claro que iban a matarlo. Entonces alguien golpeó la puerta, tal como él había hechos minutos antes. El más joven caminó unos pasos y antes de poner la mano sobre el picaporte, una lluvia de balas atravesó la madera y también su cuerpo. El tipo más grande se desentendió de Carlos y huyó por una ventana. Él hizo lo mismo, sin dudarlo un solo segundo, mientras los disparos seguían, sin tocarlo. Escapó por el patio de atrás, y de pronto se encontró en una ciudad desconocida, sin ningún contacto, sin un peso, sin teléfono y, seguramente, buscado por quién sabe quién.

De ese día de mierda a esta noche calurosa, no hay mucho que explicar. Prefiere quedarse en la calle, que es el mejor escondite. Nadie sabe quién es, nadie sabe qué hace, nadie puede encontrarlo. Sólo queda una angustiante incertidumbre: cómo estarán sus tres hijos y su mujer. ¿Vivos? ¿Muertos? Que estén bien o que estén mal, es solo un detalle.

Parece que va a llover, nomás, se ha instalado ese silencio previo a cualquier tormenta. 

Ahora un auto se detiene enfrente. Carlos piensa en la doctora, quizás con algo para calmar esta hambre. Se incorpora a medias. Una figura se baja del vehículo, da uno pasos y se queda en medio de la vereda. No es la doctora. No es una mujer. Es un hombre. 

–¿Carlos? –pregunta. 

Él no puede hablar, quiere decir algo, articular algún sonido, pero ni siquiera logra despegar los labios ni moverse de allí. Me encontraron, los hijo de puta me encontraron, es lo único que piensa. 

–Carlos –sentencia el hombre. 

Entonces éste levanta su brazo derecho, y Carlos ve que la mano sostiene algo, algo que parece un arma. Escucha un chasquido, un zumbido, siente una perforación en el pecho, y se desploma sobre las frazadas.

lunes, 5 de enero de 2015

FORROS LITERATOS. Parte 1: Editores forros.

Introducción


No voy a hablar de personajes forros, no voy a detenerme en la ficción. Me dedicaré al "mundo real", si me permiten semejante afirmación. El ambiente literario está lleno de forros –como cualquier otro, supongo– , incluso algunos llegan a la categoría de hijos de puta. Pero para no confundir con la terminología, utilizaremos el vocablo “forro/a” para todo aquel sujeto relacionado con el arte de las letras (escritores, editores, críticos, etc.) que se comporta de manera desleal, traicionera y jodida con el resto de las personas relacionadas con dicha actividad. El lector podrá leer estas sencillas anotaciones como un divertimento, incluso como una advertencia. Para mí es eso, y aparte una descarga, una mínima, aunque para nada sutil, venganza.

El forro es el que hace forradas, digamos. ¿Y qué es exactamente una forrada? Bueno, para eso iremos analizando en cada post diferentes tipos, pues no todos los forros actúan de la misma manera. 

Hablar sobre las forradas que hacen los demás es medio forro, no lo voy a negar y me hago cargo, pero al menos tendré la delicadeza de no dar nombres. Sepan, eso sí, que cada caso se corresponde con un forro que conocí y/o sufrí en carne propia, ya sea como escritor, editor o, por qué no, como simple lector.

Comencemos, entonces, esta aventura por la fauna literata con los editores forros.


Editores forros


Hay mucha gente que escribe. Hay mucha gente que quiere publicar casi, diría, a cualquier costo. Y hay muchos forros, que se hacen llamar editores, que están al acecho, cual palometa en el río Paraná, para atacar a los desprevenidos.

El editor/imprentero

Un caso es el editor/imprentero, que tiene su propia imprenta (porque ese es el nombre real, y no editorial), que cobra al autor, y que imprime cualquier cosa de cualquier persona sin haber hecho una devolución, mínimas correcciones o, directamente, sin haber leído un sola página del original que, por lo tanto, ya es el producto final. A veces ese editor/imprentero incluso llega a prometer cierta distribución, cierta difusión (un tweet, al menos) y una presentación, sin cumplir jamás ninguna de estas cosas. Esta es la clase de editor forro más conocida, pero no la más peligrosa. Así que, dejemos al editor/imprentero en paz, y pasemos a un espécimen mucho más peligroso.

El editor/estafador

Supongamos que es una persona con cierto renombre en el mundito de las letras; quizás porque haya participado décadas atrás como columnista en alguna prestigiosa revista de género, incluso porque llegó a publicar un libro de cuentos en una gran editorial. Imaginemos que esa persona se dedica, a comienzos de este siglo, a armar antologías para una o dos editoriales. Constantemente lanza convocatorias para estas recopilaciones que, por supuesto, gozan de una repercusión importante porque, como dije, este editor tiene cierto renombre (tampoco la gran cosa, claro), es respetado (sobre todo por viejos lectores suyos) y porque si algo quieren los escritores nóveles, es publicar. 

Hasta acá todo bien. Resulta que un buen día, el editor reúne a varios de sus escritores más adictos (no sé si es la mejor expresión, pero me gusta usarla) y los convence de lo siguiente: "Amigos, les propongo que armemos un plan para editar nuestros libros, que consiste más o menos en lo siguiente: quien quiera publicar su libro a través de la editorial X, para la que trabajo, me debe dar tanto dinero (que puede entregar en comodísimas cuotas mensuales). De esa manera se crea un fondo comunitario y cada mes salen uno o dos títulos, lo que se decide por sorteo, tal cual como si fuese un plan para adquirir un automóvil. ¿Les gusta?".

Y les gusta a los escritores; a algunos más, a otros menos, pero la aceptación es generalizada , y las víctimas rondas las cien. Muchos ponen bastante dinero, incluso haciendo grandes sacrificios. Durante los primeros meses todo va bien. Algunos afortunados, un porcentaje mínimo de la nómina total (que incluye a autores de todas las provincias e incluso de otros países!), consiguen ver sus obras publicadas. Pero con el tiempo, el proyecto comienza a demorarse. El editor explica que se debe a que ciertos libros que ya salieron sorteados no poseen la calidad suficiente para ver la luz, y que necesitan ser corregidos. Luego es el precio del papel, que volvió a subir, porque el dólar también subió... Y en fin, las excusas no tienen límite. Lo peor es que cuando alguien se anima a enfrentar al editor/estafador, este responde con insultos y humillaciones, a veces, incluso, de manera pública. Si ya no se puede publicar, ¿por qué este macabro sujeto no devuelve el dinero? Gran misterio (por favor, que se entienda el sarcasmo). Lo peor, lo terrible, que este gran manipulador sigue captando gente a sus proyectos, a través de las redes sociales. Tranquilamente podría comparárselo con el líder de una secta: sus adeptos los defienden a muerte, sobre todo los recién llegados. 

Como estafador, un genio. Como editor, tendríamos que decir un hijo de puta, pero dejémoslo en forro, para que no generar confusiones terminológicas.

sábado, 3 de enero de 2015

EL GUSANO. Capítulo 6: La misma cosa

Al capítulo 5

Ya no soy el mismo. 

Sé que me llaman el Gusano. 

Desde aquella noche –la noche del rayo, la noche que Lucía me dejó, la noche que la encontré... con Matías– mi cuerpo se fue transformando, y también mi mente. Estoy más alto, más pesado, pero me siento ágil como nunca. Cada músculo tiene una fuerza que no puedo explicar. Mi piel cambió; es naranja ahora, y poco a poco se fue cubriendo de escamas. Donde tendrían que estar mis ojos hay dos enormes círculos negros y mi visión aumentó, también de forma increíble. Y sobre mi cabeza dos antenas, que todo el tiempo me bombardean con información. Puedo escuchar los susurros de los habitantes de aquellos edificios, a los animales que habitan bajo el agua, y la radio, la televisión, conversaciones telefónicas, a la policía... Me cuesta mucho focalizarme, un esfuerzo doloroso. Mi boca no sirve para otra cosa que para comer o emitir esos aullidos escalofriantes. No puedo articular una sola sílaba. 

Al principio busqué matarme. Lo intenté tantas veces, de tantas formas distintas, que muchas ya no las recuerdo. Parece que soy indestructible. Sé que en la ciudad muchos me temen, y también sé que otros no, al contrario... En mi último intento de suicidio embestí un pesquero y casi mato a su tripulación; terminé acarreando el barco hasta la costa. Por episodios confusos como ese algunos ven en mí un héroe. Pero se equivocan, yo no estoy al servicio de nadie, ni si quiera deseo mi propia vida.

Yo estaba bien, hasta aquella noche. Nunca esperé la traición. Matías fue mi amigo durante muchos años, más de una vez me dio una mano cuando la necesité. Alguna vez sospeché que envidaba mi vida, algo de ella, a Lucía tal vez, pero creí que se trataba de la envidia razonable de alguien que nunca pudo formar vínculos fuertes, duraderos... Creí que nuestra amistad era algo fuerte y duradero.

Y Lucía...

Ella no era así, me cuesta creer que lo sea. Su cambio fue muy brusco. Anoche la vi. Me encontraba acá, al borde de la escollera, aprovechando la playa desierta, la misma que visitábamos siempre. Yo estaba hundido en pensamientos muy parecidos a estos. Vi que cruzaba la calle. El ruido del mundo cesó de golpe. Y a pesar de la bronca, del dolor, busqué pronunciar su nombre. No pude. Se me ocurrió escribirlo en la arena. Lo hice rápido y luego me sumergí, usé el mar como el escondite desde donde observarla. Noté sus ojos, los ojos que tan bien conozco, tristísimos. Tuve que contener las ganas de correr y abrazarla. No por mí, sino por ella, para no espantarla con mi figura monstruosa. Sin embargo mi cuerpo me traicionó, y cuando reaccioné, el agua me llegaba solo hasta los tobillos: había avanzado sin darme cuenta.

Antes de que pudiera volver a mi escondite me vio y, lo sorprendente, fue que pronunció mi nombre. No como me llaman ahora, sino el viejo, el que usaba hasta hace unos meses: Santiago. El sonido de su voz se clavó como un cuchillo en mi pecho; a pesar de eso regresé al mar en un par de saltos. Ella se quedó esperando alguna respuesta que jamás llegó.

Luego la vi darse vuelta. Leí la sorpresa en su cuerpo cuando leyó su nombre escrito en la arena. Observé cómo caía de rodillas y comenzaba a llorar. El esfuerzo que tuve que hacer para contenerme fue esta vez mucho más grande.

Ahora no dejo de pensar en que anoche descubrí dos cosas. Algo pasó desde que la vi con Matías: se arrepintió o... ¿Es muy descabellado creer que pudo haberla forzado de alguna manera a acostarse con él? Si algo aprendí en todo este tiempo, es que todo es posible.

Pero de lo que no caben dudas es que ella sospecha –sabe– que el Gusano y Santiago somos la misma persona, la misma cosa.